viernes, 14 de mayo de 2010

12 - Traiciones

Sonata de Luz de Luna

Pieza Duodécima: Traiciones.




Cuando Draco abrió los ojos se encontró en un lugar donde jamás se hubiese esperado encontrar después del hechizo que había recibido, el Gran Salón. Lo primero que vio fue cómo un chico de primero caía al suelo, su boca sangrando y gritando de dolor. Un mortífago con rostro de satisfacción se masajeaba la mano con la que aparentemente lo había golpeado. Sintió a su lado como algo se movía y se giró para ver como Harry peleaba con unas cuerdas que le tenían amarrado de cuerpo entero. Ambos estaban amarrados, ahora que lo pensaba bien; eso y amordazados y sin varitas. ¿En qué momento había pasado esto? Lo último que recordaba era estar en los pasillos de las mazmorras. ¿Dónde estaban sus compañeros? ¿Cómo era que no se habían encontrado con quien sea que los había atacado?

Un mortífago avanzó hasta estar frente a Draco y dijo con voz lánguida y grave:

-Vaya, vaya… Así que la oveja negra de los Malfoy al fin despierta-mientras las palabras salían de su boca el mortífago le pegó un puntapié en el estómago seguido por un puñetazo en la cabeza.

Cuando Draco logró recuperar el aliento de dio cuenta que alguien había detenido al mortífago y había evitado que siguiera con la golpiza. No sabía de quién se trataba, y lo más probable es que si estaba libre para caminar no fuera más que otro de los seguidores de Voldemort, pero le estaba más que agradecido.

-¡Estúpido! ¡El Señor Oscuro ordenó que lo lleváramos sin estropear!-dijo una voz femenina que a Draco le pareció extremadamente conocida. Estaba seguro que la había escuchado antes, probablemente la noche en que había sido presentado a Voldemort en el castillo- Ya lo has golpeado dos veces, una vez más que lo hagas y te mataré ¿Entiendes? No voy a arriesgar mi pellejo por tus ganas de sangre.

Un ruido llamó la atención de Draco y le hizo mirar hacia las puertas del Gran Salón. Un grupo de alumnos había hecho estallar las puertas y había entrado a la habitación, armados sólo con sus varitas y su determinación por salvar a sus compañeros y profesores. Draco no podía creer lo que estaba pasando y fue incapaz de reaccionar cuando un hechizo pasó volando justo sobre su cabeza para golpear a un mortífago tras de él.

Un golpe en su costado le despertó del ensueño en el que había caído al ver cómo se desarrollaba la batalla; Harry estaba empujándole con los pies en dirección a un muro del Salón. Trató de averiguar en su mirada qué es lo que el chico pretendía, pero éste no hacía más que esquivarla. Poco a poco logró su cometido y le dejó resguardado de hechizos, escondido tras un pilar. Draco vio como el moreno intentaba ponerse de pie, ayudándose de la muralla, para ponerse a dar saltos en dirección a los profesores. El rubio le miró espantado, tratando de decirle a través de la mordaza en su boca que volviera a donde estaba, que no hiciera estupideces. Pero no era posible. Draco sólo pudo quedarse mirando cómo Harry esquivaba hechizos y daba saltitos hasta el círculo en la mitad del gran salón.

Una nueva explosión volvió a llamarle la atención y Draco dejó que sus ojos se cerraran por un momento para protegerle de los escombros que habían volado en su dirección. Cuando los abrió descubrió que un nuevo grupo de estudiantes había entrado por las puertas, estudiantes que al parecer venían de Ravenclaw, bajo el mando de Hermione Granger y Ginny Weasley. Sin dudar un segundo se unieron a la batalla contra magos que estaban por sobre ellos por muchos años de práctica.

Los ojos de Hermione se fueron directamente a Harry, quien había caído con la explosión y ahora intentaba ponerse de pie. Corrió hasta él, después de inmovilizar a un mortífago con un hechizo bien dirigido. Cuando llegó a su lado le quitó los encantamientos y la mordaza.

-¿Estás bien, Harry? ¿Tienes tu varita?-preguntó Hermione, después de ayudar a Harry a liberarse.

-No, me la quitaron en el camino-dijo Harry, mientras robaba la varita del mortífago que Hermione había dejado inconsciente-. Debemos ayudar a que los profesores se liberen, ellos podrán pelear mejor que muchos de los alumnos.

-Está bien-dijo Hermione. Junto con Harry atravesaron el campo de batalla en el que se había transformado el lugar donde comían diariamente, en paz. Caminaron apegados a las murallas, para evitar ser atacados por la espalda. Conscientes de que debían apurarse, porque lamentablemente los alumnos estaban cayendo uno a uno, con mayor rapidez. No sabían si muertos, era improbable que lo estuvieran dado que los rayos verdes no volaban con demasiada frecuencias, pero muchos estaban inconscientes o heridos de gravedad. Esta batalla no estaba yendo para nada bien.

Se acercaron al círculo donde los profesores permanecían inmóviles y de a poco empezaron a deshechizarlos, liberándolos de ataduras o devolviéndoles el habla. La mayoría, sin hacer pregunta, tomó la varita más cercana y corrieron a ayudar en la batalla; otros, como Madame Pomfrey y la profesora Sprout, decidieron que lo mejor era reanimar a aquellos que habían caído y sanar a quienes tenían heridas de gravedad.

Harry notó que ni Snape ni Remus estaban entre los profesores atados, probablemente se lo habían llevado a otro lugar y necesitaba encontrarlo. Debía asegurarse que se encontraba bien.

Dumbledore le miraba atento a todos sus movimientos. Mientras Harry le desataba Dumbledore lo hacía más que mirarle, tratando de dar un hilo conductor a los pensamientos que se podía ver que daban vueltas alrededor de la cabeza del chico. Cuando estuvo completamente libre Dumbledore puso una mano sobre la cabeza del moreno y dijo:

-Harry, debes cuidarte, salir de aquí-Dumbledore le miraba a los ojos, como ajeno a la cruzada que se libraba a su alrededor-. Esta es una batalla ganada gracias a tus compañeros y a ti, pero si te llegan a atrapar o matar, perderemos la batalla de inmediato. Vete, por favor.

-Profesor, yo no dejaré a mis compañeros solos en un momento como éste. Hay demasiada gente a la que necesito proteger-dijo Harry, zafándose de la mano sobre su cabeza. Miró al profesor con dureza y dijo-. Quizás no esté seguro de lo que hago, quizás pueda morir en el intento, pero es preferible a que ellos terminen heridos o enfermos por mi culpa, porque no fui capaz de actuar.

-Si no planeas irte hasta haber vencido entonces te pido, por favor, trata de cuidarte más a ti que al resto. No hagas sacrificios inútiles-dijo el hombre, volviendo a poner testarudamente su mano sobre la cabeza de Harry-. Tú eres más importante que cualquiera en esta habitación.

-La verdad profesor no creo…

-No digas nada, sólo prométeme que lo harás-dijo Dumbledore, tomándolo de los hombros y tratando de hacerle entender con una mirada que cuando decía que no había nadie más importante en la habitación también se refería a sí mismo. Harry no podía ir a pelear con la idea en la cabeza de que el director era más importante para la causa del bien que él mismo, eso sería un error en la visión del chico que podría traer demasiados problemas.

-Está bien, profesor, lo prometo. Pero, por favor, movámonos de aquí. Estando quietos somos un blanco demasiado fácil-dijo Harry, evitando su mirada.

Dumbledore sólo miró al chico, no podía estar seguro que la respuesta que le había dado era satisfactoria, pero Harry tenía razón. Eran un blanco fácil estando así, parados, en la mitad del salón. Se separó de su pupilo y empezó su propia batalla en el lugar, lanzando hechizos cada vez más poderosos a medida que avanzaba.

Harry corrió hasta donde Draco se encontraba escondido, recogiendo una varita de un mortífago inconsciente; no lo había olvidado en ningún momento, pero era quien estaba más fuera de peligro en esa habitación. Aparte de eso, siempre había estado con los sentidos pendientes de que nada fuera a pasar, que ningún hechizo fuese a volar en aquella dirección. Al menos ahora podría liberarlo y de esa manera se las arreglaría para protegerse sólo. Con un gesto de su varita y un par de Finite Incantem logró que las cuerdas cayeran de alrededor de su cuerpo antes de abrazarlo con fuerza.

-¡Qué demonios creías que hacías!-exclamó Draco, mientras le abrazaba de vuelta-¡Me tenías muerto de preocupación, imbécil!

-No es momento de pelear entre nosotros, Draco-dijo Harry, mientras le pasaba la varita y le daba un rápido beso en los labios-. Cuídate mientras no estoy, ¿ok? Recuerda que yo haré lo imposible por protegerte, pero no puedo hacer todo el trabajo.

-¿De qué hablas?-dijo Draco con una sonrisa arrogante-. Estás hablando con un Malfoy, si hay algo que puedo hacer es defenderme sólo.

-Sólo cuídate, Draco-dijo el moreno, abrazándolo con fuerza-. Recuerda que te estaré esperando cuando salgamos de todo este embrollo.

-Hablas como si nos estuviéramos despidiendo por un largo rato-bromeó Draco-. ¿Cuánto nos demoraremos en derrotar a estos idiotas?

-No mucho, espero-dijo Harry, tomando una de sus manos entre las suyas y besándolo nuevamente-Vamos, tenemos unos cuantos mortífagos que apalear aquí.

En el momento en que Harry y Draco se separaron para poder pelear con tranquilidad el moreno perdió toda conciencia sobre lo que le rodeaba. Toda su atención estaba enfocada en los mortífagos, en aquellos idiotas que eran capaces de seguir a alguien como Voldemort, en aquellos imbéciles que eran capaces de decirle tantas mentiras como le había dicho el mortífago que le había llevado hasta el Salón. No había manera que fuera a creerle todas estupideces, no iba a caer en sus juegos.

Alzó su varita y se dispuso a enfrentarse al primer mortífago sin contrincante que se encontrara en su camino. No fue difícil encontrarle, se trataba de un hombre no mucho mayor que él, que parecía haber decidido que esta batalla era demasiado para él y escapaba por las puertas del Gran Salón. Con un solo hechizo impidió su huida. Corrió hasta donde se encontraba, decidiendo en el camino que lo mejor que podía hacer era dejar al mayor número de mortífagos inconscientes, cuidando de no matar a nadie accidentalmente en el intento. No quería ser un asesino y no podía dejarlos escapar y volver con Voldemort.

-¡Rictusempra!-gritó Harry a otro mortífago que se le acercaba por un lado. Estaban saliendo por todas partes, y ni siquiera habían podido terminar de liberar a los primeros años (aunque Harry podía ver que Hermione y Ginny estaban haciendo un estupendo trabajo). Tenían que acabar con esa batalla lo más pronto posible, no podían permitir que el grupo de alumnos que habían juntado perdiera sus vidas por haber decidido jugar a ser héroes. No podían perder más gente en esa guerra contra Voldemort.

Harry se giró mirando a todo su alrededor. De un momento a otro se encontró sin un enemigo contra quién disparar, todos parecían estar preocupados de alguien en especial. Había hechizos volando por los aires, pero ninguno que fuese hacia él, o ningún amigo que realmente necesitara ayuda. Fue siguiendo los hechizos que lo vio.

Dumbledore.

El director se batía con cinco mortífagos al mismo tiempo. Era un duelo desigual, pero de todas formas el director iba ganando. Al menos, eso parecía hasta el momento en que un haz de luz verde dio contra su espalda. Lo demás pasó como en cámara lenta. El director cayó al suelo, como un cuerpo blanco e inconsciente. El mortífago que había disparado el rayo dio la voz de alerta de la muerte del director y, como si eso hubiera gatillado una serie de movimientos en secuencia, las cosas empezaron a suceder. Todos los mortífagos que parecían haber perdido la fuerza en batalla se alimentaron del júbilo que les daba la muerte de Dumbledore y dieron vuelta lo que parecía un resultado obvio. Los mortífagos empezaron poco a poco a ganarles, con rejuvenecidos ánimos. Se batían a muerte contra un grupo de alumnos y profesores que aún no parecían asimilar lo que acababa de ocurrir.

Harry, al ver cómo el profesor caía al suelo, no había podido evitar que su cuerpo sufriera algo que sólo pudo describir como un corto circuito. Cayó al suelo, de rodillas, con las manos frente a él, dejando caer la varita que había tomado prestada minutos antes. No podía dejar de ver hacia el cuerpo inerte de quien había sido la persona que había mirado con admiración toda su vida, alguien a quien creía simplemente invencible… alguien que, según el mortífago había dicho, iba a morir esta noche. No podía ser verdad, simplemente no podía ser cierto que Dumbledore estuviera muerto. No lo estaba, Dumbledore era invencible, el hechizo que le había golpeado no era un Avada Kedavra, el profesor sólo estaba desmayado.

Harry se puso de pie rápidamente, como despertando de una pesadilla, y corrió hasta el cuerpo, aún caliente, de su mentor en una carrera suicida. Tenía que reanimarlo, tenía que despertarlo, sólo entonces podrían ganarle a los mortífagos.

Pero no logró llegar.

En la mitad del camino se encontró con alguien que corría perpendicular a é, éste le atrapó y con fuerza le cargó sobre un hombro, llevándole hasta las puertas del salón. Harry trató de liberarse, luchó tanto con magia como con sus músculos, pero le fue imposible. La misma persona que le había capturado le había inmovilizado una vez estuvo sobre su hombro, para cargarle sin problemas. Antes que Harry se pudiera dar cuenta que pasaba el encapuchado le había sacado del Gran Salón y le había llevado a la habitación más cercana. Harry ya no se sentía capaz de seguir peleando, por lo que no se resistió al hechizo y espero a que su captor le dejara en el piso de forma serena. De pronto sintió que le quitaban el hechizo de encima y aún así fue incapaz de moverse de su lugar.

El mortífago se sacó su máscara y la capucha, dejando ver su largo cabello rubio y sus ojos azules. Era una chica, que le miraba a los ojos con algo parecido a la simpatía.

-Hola, Potter. Supongo que me recuerdas, ¿no?-dijo ella, cerrando la puerta de la habitación con un hechizo que Harry no conocía-. Soy quien te dijo lo que iba a pasar esta noche, soy quien te comentó esas pequeñas triquiñuelas que el director había hecho para lograr que te convirtieras en un hombre lobo. Me presento, mi nombre es Sarh-mientras decía esto la mujer, que Harry pudo ver que era mayor que él, pero no por demasiados años, extendió su mano, como esperando que el chico la tomara. Después de unos minutos la guardó en uno de los bolsillos de su túnica para sacar la varita de Harry, se la extendió y éste no necesito más de un par de segundos para reclamarla-. Necesito que entiendas algo, Potter. Dumbledore está muerto. Sé que dijiste que necesitabas hablar con él, pero juro por mi magia que lo que te dije es completamente verdad. Necesito que entiendas lo que implica su muerte, junto con todo lo que te conté hace unas horas.

Harry miró hacia otro lado, cualquier lado, buscando que el movimiento sacara las imágenes de su cabeza. Su mente no podía dejar de repetir el minuto en que el director caía al piso, cómo se había movido su barba, su cuerpo, su túnica de mil colores.

-Serás llevado ante Lord Voldemort en unos minutos, Potter-dijo la chica, tomándole la cara con una mano para que el chico volviera a mirarle a los ojos-, y hay sólo dos formas en las que puedes llegar ante el trono del Señor Oscuro. Pueden entrar como todos lo hacen, como un bulto que pronto no será nada más que un cadáver, o puedes entrar de una manera completamente distinta. Como un igual. Lord Voldemort decidió que, en cuanto supieras la verdad, se te diera esa opción, y yo te pido que elijas la tuya…

Cuando el mortífago que se había llevado a Harry volvió a entrar al salón, se llevó una grata sorpresa. Los alumnos y profesores de Hogwarts apenas estaban en pie, mientras que los mortífagos parecían estar en buenas condiciones, un par de heridas bastante feas, pero nada incurable.

-¡Dejen de luchar, muchachos!-gritó la mortífaga-. Esta batalla ya la hemos ganado. Dumbledore está muerto y Potter va en camino hacia nuestro Señor, Lord Voldemort. No es necesario que sigamos malgastando nuestro tiempo con simples zánganos.

En el momento en que dijo estas palabras pudo ver cómo la mayoría de los mortífagos dieron sus golpes de gracia a sus singulares contrincantes y siguieron, a esta mortífaga, que parecía ser su jefe, hacia las afueras de los terrenos de Hogwarts.





La enfermería parecía estar repleta de un silencio sepulcral que dejaba pasar los sollozos que venían desde fuera de ésta. Cuando Draco despertó parte de él no podía creer que se encontraba en el limbo blanco nuevamente en vez de en el Gran Salón, en la mitad de la batalla. Por un momento, al ver el techo blanco sobre sí creyó estar muerto, que todos habían muerto; cuando se dio cuenta que en el ambiente habían sonidos, voces, que identificaba como Ron y Hermione sollozando, se dio cuenta que el dolor que sentía hasta lo más profundo del alma era demasiado intenso como para estar muerto. Se dio cuenta entonces de que estaba vivo, que toda esa situación no era un reflejo de su imaginación pesimista ni un pésimo sueño.

Trató de ponerse de pie, de sentarse en su camilla, pero todos sus músculos se quejaron en protesta ante el movimiento. Se miró el cuerpo y notó por primera vez que la mitad de su torso estaba vendada por una gran gasa, que tenía una mancha de sangre demasiado grande que atravesaba desde su hombro al lugar entre sus pectorales, y que sus manos estaban cubiertas de una crema de apariencia viscosa.

Alguien entró por la cortina de su cubículo. Draco trató de girarse para ver quién era pero su cuello se lo impedía. No podía mover muy bien la cabeza y el sólo intentarlo le dolía.

-Buenos días, querido-dijo la voz angustiada, pero serena, de la enfermera-. Qué felicidad que estés despierto. Eres el primero que despierta, y ya me estaba preocupando de que no despertara nadie.

La enfermera pasó un brazo por sobre Draco para poder tener mejor acceso al principio de sus vendas, y cuando la cabeza de Madame Pomfrey estuvo por sobre la suya Draco fue capaz de ver que la mujer tenía los ojos hinchados y llorosos. No se veía para nada bien. Tragándose cualquier tipo de compasión o empatía que podía sentir por ella, a favor de su propia curiosidad y angustia, Draco decidió preguntarle:

-¿Cómo están los demás? ¿Weasley, Granger, Harry? ¿Despertaron ya?

Dada la cercanía entre ellos Draco pudo ver el momento exacto en que las facciones de la enfermera se contorsionaron, pasando de un dolor sereno a una angustia que parecía que le carcomía el corazón. Al oír sus nombres dejó de hacer su trabajo con las vendas, su espalda se tensó, sus hombros de cuadraron, puso sus manos rápidamente sobre su boca y se alejó unos pasos de la camilla para mirarle desde una distancia un poco mayor.

-¿Qué pasó con ellos?-preguntó Draco, asustado, temiendo lo peor.

-El señor Weasley aún no despierta. Sufrió quemaduras muy severas y aún sufre de una fiebre muy alta-dijo la mujer después de unos segundos de tenso silencio-. La señorita Granger… ella… bueno, se cree que despertará pronto, pero está siendo curada de una gran cantidad de heridas y de desgarros musculares provocados por el uso excesivo de Cruciatus. Lo bueno es que los sanadores de San Mungo descartaron daño mental.

-¿Y Harry?-preguntó Draco cuando se dio cuenta que la mujer no parecía querer seguir hablando.

-Del señor Potter no tenemos noticias. No se ha sabido nada de él desde que se lo llevaron. No sabemos aún si eso es bueno o malo, pero sin duda si Quien-tú-sabes lo hubiese matado ya nos habrían llegado noticias, después de todo la…

Draco no podía seguir escuchando. Era incapaz de concentrarse en nada.

Se lo habían llevado. No sabía cómo era posible que eso hubiese sucedido, pero los mortífagos se habían llevado a Harry. Eso era imposible, no podía ser cierto… porque el que los mortífagos se lo hubiesen llevado sólo podía significar una cosa: dentro de poco se encontraría su cuerpo, muerto, y Voldemort ascendería al poder tan fuerte y poderoso como lo había sido antes de que Harry naciera. Antes de que fuese derrotado. Voldemort ascendería con tanto poder sobre sus vidas como siempre había tenido sobre la vida de Draco.

Pero Harry no podía estar muerto, no podía estarlo. Harry le había dicho que lo iba a proteger, que no iba a permitir que Voldemort le atrapara y si él no estaba ahí para intervenir ya no había nada que le separara de su destino. Ya no había manera de huir de su padre y de la Marca Tenebrosa.

Pero no importaba, porque Harry no estaba muerto.

No podía estarlo.

Porque… porque Draco se estaba enamorando de Harry, y Harry parecía estar interesado en él.

Y si ambos tenían la posibilidad de llegar a amarse… Harry no podía estar muerto ¿o sí?





Los mortífagos son, en muchas situaciones, una manga de ineptos que no son capaces de distinguir la punta de la varita de su mango, pero cuando se trata de asuntos de ese calibre siempre habían tenido muy buen tino. Lo primero que hicieron en cuanto acabó la batalla y llegaron frente a Voldemort, arrojando los trasladores inservibles a una cesta que alguien había puesto especialmente para eso, fue relatarle al Señor Oscuro cómo era que Dumbledore había caído. Tom Riddle no podía estar más fuera de sí ante las noticias.

Snape, por su parte, no lo podía creer. Dumbledore no podía estar muerto, ese hombre era el ícono de la luz, la imagen de la esperanza por la que miles en el mundo mágico se regían. Si Albus moría no habría manera que la gente confiara lo suficiente en el ministerio como para poder realmente dar la batalla y no dejar que Voldemort controlara todo como siempre había sido su intención.

Dios, esto no podía ir peor.

Al menos eso fue lo que Snape pensó antes que la puerta del salón se abriera para dejar entrar a Sarh con un encapuchado tras ella. La mujer venía orgullosa, como sin duda se tenía que sentir después de que su misión de espionaje hubiese tenido como resultado la muerte del director de Hogwarts. El encapuchado, en cambio, mostraba en su expresión corporal una incomodidad que sólo podía venir de la cantidad de ojos que le estaban mirando. Se veía como alguien que no se sentía a gusto en su propia piel y hubiera dado todo por salirse de ella por un par de minutos.

Los mortífagos se alejaron del paso de la mujer e hicieron un camino entre ella y el trono del Señor Oscuro.

Cuando Sarh se inclinó en una reverencia el encapuchado se quedó de pie.

-¿Qué significa esto, Sarh?-preguntó el Lord Voldemort, mirando con desagrado al misterioso visitante-¿A quién has traído ante mí que se siente capaz de mantenerse en pie en mi presencia?

-Mi Señor, he traído a Harry Potter-dijo ella, inclinando su cabeza.

Snape estaba seguro que había escuchado mal. Imposible. Potter estaba en el castillo, metiéndose en problemas y quizás tratando de internarse en duelos demasiado avanzados para él. Harry debía estar en Hogwarts, descansando de su primera transformación, quizás en la enfermería, rodeado de sus amigos y empezando a confiar en Draco. El hijo de Lily no podía estar aquí, de pie frente al Señor Oscuro, como si se tratase de un fantasma de negro.

Sólo cuando el visitante dejó caer su capucha, y miró a Voldemort con sus ojos verdes llenos de vida y desafíos, Snape pudo aceptar en su mente que lo que estaba pasando era real y que el joven frente a él era realmente Harry Potter. El chiquillo se veía demacrado, pálido, como si fuera a caer enfermo en cualquier momento; pero cuando habló con Riddle, sus palabras estaban llenas de seguridad.

-Estoy aquí, Tom, porque quiero unirme a ti. Quiero entender las cosas desde tu punto de vista, tanto mi mundo como el tuyo. No hay nada que desee más en estos momentos.

Esas palabras bastaron para que Severus perdiera momentáneamente el equilibrio. Tuvo nauseas y estaba seguro que si no se controlaba iba a vomitar en el Salón del Trono. Hizo todo lo que estaba a su alcance para mantener su máscara de nulidad, aunque pensaba, con certeza, que ésta había desaparecido por un par de segundos. ¡Esto era una puñalada por la espalda! ¡Harry Potter no podía transformarse en un mortífago! Dumbledore había luchado toda su vida para impedir que esto pasara, había arreglado todo para que las decisiones que el chico tomara le alejaran de este camino. ¡Potter no podía hacer esto, ni siquiera si Albus estaba muerto, no podía!

-¿Y por qué se supone que deba creerte?-preguntó el Señor Oscuro, como si todo este asunto le causara la mayor de las gracias-. Tú perfectamente podrías estar planeado golpearme por la espalda, muchacho. No veo una sola razón por la que debiera creer que lo que dices es verdad-añadió, inclinándose en su trono para mirar a Harry con maldad.

-No tienes por qué creerlo, Tom. Puedes creer lo que te dé la gana-dijo el chico, cruzándose de brazos-. Lo único que yo sé es que hubo un acto, desde que me mordieron hace un mes, que cambió mi vida. Se podría decir que Sarh ha abierto mis ojos a la realidad y quiero comprobar ahora si lo que dice es cierto.

-Ah… tu transformación, es verdad-dijo Voldemort, como si su condición no fuera realmente importante-. Algo me habían comentado de eso-añadió, para luego sonreír maquiavélicamente. Para cualquier persona con un poco de conciencia la sonrisa del Señor Oscuro le debería parecer la cosa más desagradable y nauseabunda en la faz de la tierra, pues ésta implicaba un sufrimiento tal para la humanidad que lo mínimo que uno se podía imaginar era que detrás de cada una de esas sonrisas habían asesinatos y torturas al por mayor. Snape pudo observar, en esos momentos, que a Potter esto no parecía importarle-. Está bien, Potter, ven conmigo. Tendremos una pequeña conversación, sólo conversación. Sin varitas-dijo el hombre, poniéndose de pie en su trono y extendiendo su mano hacia Harry.

El joven la aceptó sin siquiera titubear.

-Severus, podrás irte en cuanto regrese-dijo Riddle, mientras se dirigía a la puerta que llevaba a su sala privada-. Llévense al hombre-lobo, él ya no me importa, pero eviten torturarlo con objetos de plata. No queremos herir las sensibilidades de nuestro invitado-agregó.

Luego de decir eso Harry y Voldemort desaparecieron tras la puerta, que apareció sólo una vez el Señor Oscuro estuvo a menos de medio metro de la muralla. Nadie sabía exactamente qué había tras aquella puerta, pero un par de mortífagos habían tratado de entrar en caso de urgencia y nunca habían vuelto a aparecer. Eso era suficiente incentivo para no intentar averiguarlo. Lo que todos sabían con certeza era que ahí se encontraban los cuartos personales de Lord Voldemort.

Por lo que había visto alguna vez, en unos planos viejos del castillo, tras esa puerta había un pasillo lleno de hechizos y trampas que estaban afinadas de forma que sólo alguien con la firma mágica de Voldemort pudiera cruzarlas.

Harry Potter y Tom Riddle volvieron cerca de cinco horas después al Salón del Trono. Lo primero que Snape pudo notar es que el Señor Oscuro venía radiante, como un niño a quien acababan de entregarle un juguete nuevo. El chico en cambio venía cubierto sólo por la capa que le había envuelto cuando entró en la habitación. Toda la ropa que tenía abajo había desaparecido, dejándolo descalzo contra el frío mármol del piso del castillo. Si bien éste intentaba cubrirse su desnudez era obvia y lo que había pasado tras esa puerta era algo que Snape no quería siquiera imaginar, para evitar el riesgo de vomitar en el lugar y perder la vida.

-Spiritchaser-llamó Voldemort, indicándole a un mortífago que saliera de sus filas y se adelantara en el círculo-. Enséñale todo lo que tiene que saber. Lo quiero listo de aquí a mañana a la medianoche. Mañana será su ceremonia de iniciación y será marcado como mi igual.

Poco supo Severus de lo que había pasado después de haber oído eso. Las palabras aún estaban siendo registradas en su cabeza cuando el mortífago empezó a dirigir a Harry tas una puerta.

El chico se iba a transformar en uno de ellos, mañana en la noche sería iniciado en la Magia Negra y quizás en la necromancia. Por un par de segundos pensó que si se apuraba y volvía al castillo podrían formular un plan para salvarle de ese futuro lleno de oscuridad; pero Potter parecía querer estar ahí.

De momento Snape se tenía que concentrar en volver al castillo, enterarse de cómo estaban las cosas luego de la muerte de Dumbledore, cómo estaba su ahijado y en qué condiciones había quedado la Orden del Fénix.

Dios… Eso sólo le traía a la mente todos los problemas a los que se tendría que enfrentar.

¿Cómo le dices al chico, que quieres tanto como si se tratara de tu propio hijo, que has matado a su hermana? ¿Cómo le dices que lo hiciste sólo para salvar tu propia vida? ¿Cómo le dices que la única persona que parecía haberse fijado en él, desinteresadamente, es ahora su enemigo?

Esas eran sólo un parte de las desventajas de pertenecer al bando de los buenos y estar en el lado de los malos, con Voldemort, en el momento en que llegan las malas noticias. Esas eran las cosas que duelen, e intentar sobre llevarlas en una situación tan complicada como esa, en la que no puedes dejar salir una pizca de ese dolor, pues si lo haces estás muerto, era casi imposible. Esas cosas duelen más que veinte Cruciatus seguidos, más que ver morir a un inocente al que no conoces, del que no sabías su historia y con el que nunca habías conversado. Matar a alguien que has amado como a una hija estaba dentro de los dolores más profundos que Severus había tenido que aguantar en su vida, pero esto… ver cómo alguien que acababas de aprender a querer, a apreciar en todo sentido, te traicionaba, era un dolor completamente distinto.

Debía volver a Hogwarts.

-Si me disculpa, mi Señor-dijo Snape, inclinándose como había hecho Sarh en su momento-. Quisiera volver a Hogwarts y tratar de reafirmar mi lugar en la Orden del Fénix.

-Sí, Severus, vete. Lleva las noticias de lo que pasó esta noche, estoy seguro que están ansiosos por saber de la suerte de su pequeño salvador-dijo Voldemort, de manera desinteresada, aunque se podía ver en sus ojos que el sufrimiento que la Orden sentiría era sólo un bocado más en el festín de sufrimiento que había provocado hoy.

El maestro de Pociones no perdió un segundo, se puso de pie y salió del castillo a paso rápido en dirección al punto donde podía activar el traslador que le llevaría a Hogsmeade. Debía volver al castillo y ayudar en lo que pudiera, dar la noticia de la traición y maquinar algún plan para poder rescatar al Remus.

Dios… Sin Dumbledore sería todo tan difícil ahora…

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