sábado, 8 de mayo de 2010

11 - Sylphid (MPC)

Sonata de Luz de Luna
Pieza Undécima: Sylphid.


-Debemos avisar a Dumbledore-dijo Hermione sin perder tiempo-. Esto tiene que estar relacionado con el asesinato de Tracey, son demasiados alumnos como para que sea una coincidencia.

-¿Es posible que haya pasado en otras casas?-preguntó Draco, llamando la atención de todos los presentes.

-No veo por qué no-dijo Harry, quien subió las escaleras hacia su dormitorio, sabiendo que Ron, Hermione y Malfoy le seguirían-. Debemos hablar con Dumbledore inmediatamente, si están todos ocupados por los aurors que venían a ver el cuerpo no me imagino donde puede estar ni cuán ocupado. Lo buscaré en el mapa.

-Te acompañaremos-dijo Ron, sin perder un segundo.

-¿Mapa?-preguntó Draco, confundido.

-Ya verás-dijo Harry con una sonrisa.

El dormitorio de los hombres se encontraba desordenado. Los elfos domésticos no entraban en las habitaciones más que para tender las camas, por lo que aparte de eso estaba todo tirado por todas partes. Había ropa de Dean sobre la cama de Harry, los libros que los chicos habían usado para estudiar se esparcían sobre la cama de Neville y Trevor parecía estar durmiendo sobre la capa de Ron en una silla.

-Vaya, esto ciertamente es muy parecido a lo que me esperaba-dijo el rubio al ver el desorden.

-No es siempre tan malo-se defendió Weasley.

-A veces es peor-comentó Hermione, sentándose en la cama de Ron.

Harry mientras se había preocupado de sacar su capa y mapa del baúl a los pies de su cama. Sentándose todos en la cama del pelirrojo, Harry se puso al medio con el pergamino frente a él. Tocó su superficie con la varita y dijo “Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas” El papel empezó entonces, para sorpresa de Malfoy, a dibujar los contornos de lo que no podía ser otra cosa que el castillo.

-Busquemos a Dumbledore-dijo Hermione, señalando los lugares donde posiblemente pudiese estar.

Los ojos de todos se detuvieron en el Gran Salón, por sobre el dedo de Hermione, donde al parecer Dumbledore y todos los profesores se encontraban reunidos. Los maestros se encontraban en un círculo, todos inmóviles, alrededor de ellos en círculos concéntricos, se encontraban cada uno de los alumnos de los tres primeros años de Hogwarts, de todas las casas.

-¿Qué está pasando aquí?-preguntó Ron, extrañado- ¿Porqué están así? ¿Quiénes son esos puntos que andan alrededor? ¿Aurors?

-Mortífagos-respondió Malfoy, leyendo los nombres sobre los puntos-. Puedo reconocer al menos a 3 de ellos. Dolohov, los Carrow aquí, Rockwood, Rabastan, Bellatrix y Rodolphus Lestrange, Spiritchaser, Pettigrew, mi padre.

-¡Mortífagos en la escuela, esto es mucho más grave entonces!-exclamó Harry-. El castillo ha sido invadido. Tenemos que hacer algo para ayudarles.

-¿Y qué se supone que hagamos? No podemos solos contra todos esos mortífagos, y no parece que los profesores estén en condiciones de contraatacar-dijo Malfoy, intentando que su voz pareciera más firme de lo que realmente debería ser dado el miedo que lo estaba controlando.
-Debemos esperar a los aurors-dijo la única chica en la habitación-. Ellos deben haber sido avisados por el asesinato de Tracey y deberían llegar pronto.

-Ellos ya deberían haber llegado, Hermione-le recordó Ron-. Han pasado horas desde que se descubrió el cuerpo y si no han llegado hasta ahora lo lógico es que el aviso jamás haya llegado.

-Debemos avisarles nosotros entonces-dijo ella, tomando un pergamino del bolso de Ron, y escribiendo un mensaje rápidamente-. No podemos pretender pelear con ellos, siendo nosotros sólo cuatro.

-Míralo por el lado amable, al menos no está Voldemort-dijo Harry mientras se ponía de pie-. Avisaré al resto de Gryffindor, si podemos defender Hogwarts hasta que lleguen los aurors será genial, pero no podemos contar con el que podamos mandarles un mensaje. Si tantos mortífagos lograron infiltrarse en el castillo, lo lógico es que hayan asegurado una manera de no ser interrumpidos.

-¡Pero Harry…!

-¿Pero qué?-exclamó éste, mientras buscaba su capa de invisibilidad-. No me voy a quedar esperando a que los mortífagos maten a alguien para darme cuenta que debería haber estado ahí tratando de buscar una manera de defenderlos. No iré sólo, trataré de convencer a cuantos pueda de acompañarme, pero no me quedaré sentado mientras niños mueren porque fuimos demasiado cobardes como para detenerlos.

-Está bien, Harry, yo no me quedaré mirando, puedes contar conmigo-dijo el pelirrojo, poniéndose tras él y posando su mano en el hombro del moreno.

-Sabes que puedes contar conmigo también, Harry, pero necesitamos un plan-dijo la chica, tratando de razonar con él.

-Pues éste es mi plan. Bajamos a la Sala Común y les contamos lo que está pasando. Juntamos a cuantos alumnos quieran ayudar de sexto y séptimo, y mandamos mensajeros a las otras casas en busca de lo mismo. Nos reunimos media hora más tarde en el pasillo hacia el Gran Salón y acabamos con ellos-dijo Harry, como si eso fuera suficiente.

Sin esperar un segundo más salió de la habitación y bajo a enfrentar a sus compañeros. La Sala Común se encontraba hecha un caos, un par de alumnos lloraba la desaparición de sus amigos o hermanos. Seamus y Dean se encontraban tratando de controlar a un par de alumnos que querían salir a buscar a sus compañeros, convencidos de que éstos no se habían enterado de lo que había pasado y estaban afuera en los terrenos practicando Quidditch.

-Chicos, los mortífagos han invadido el castillo-dijo Harry, muy serio. Sin dudarlo mucho se subió a un escritorio apoyado contra la muralla y habló-. Tienen a los profesores y a los primeros años encerrados en el Gran Salón, y lo más probable es que el mensaje que pretendían mandar a los aurors jamás haya llegado al ministerio. No sé qué es lo que ustedes piensen hacer, pero yo pretendo pelear. Éste es nuestro colegio y no podemos permitir que un grupo de imbéciles nos haga sentir miedo. Les pido, a los mayores, a los que se sientan más preparados para batirse en duelo con alguien, que se unan a nosotros y nos ayuden a acabar con ellos. Nos reuniremos en el pasillo hacia el Gran Salón en media hora, tienen hasta entonces para pensarlo.

Cuando bajó de la mesa el silencio era sepulcral.

Nadie quería realmente mirar a nadie y sólo un par se acercó a Harry. Ron, Hermione y Draco le esperaban inquietos, junto a Dean, Seamus y Ginny.

-Necesitamos avisar a las otras casas-dijo Harry en cuanto estuvo en el piso-. Puedo confiarles a ustedes Ravenclaw y Hufflepuff, ¿no?

-Por supuesto-respondió Hermione-. Me encargaré de Ravenclaw, conozco a un par de personas y estoy segura de que podré convencerlos.

-Yo te acompaño-dijo Ginny-. No sé si todos los que conozco quieran venir, pero estoy segura que Luna no tendrá problemas en ayudar.

-No puedo dejar que ustedes vayan solas, yo las acompaño-agregó Dean.

-Yo y Seamus nos encargaremos de los Huffies, entonces-dijo Ron con una sonrisa, mientras le daba una palmada a su compañero en la espalda.

-Yo me encargaré de los Slytherin-dijo Harry, mirando a Draco. ¿Puedo contar contigo, no?

-Por supuesto-dijo el rubio, sintiendo como el color se subía a sus mejillas-. No estoy seguro de que nos quieran ayudar, pero reaccionarán mejor si es un Slytherin quien lo propone a si es un Gryffindor.

-Está bien, todo está claro entonces. Nos encontraremos en media hora en el pasillo que da hacia el Gran Salón, con cuantos alumnos podamos unir a nuestras filas.

-Harry, nos gustaría ayudarles-dijeron Parvati y Neville, antes de que los chicos salieran por el agujero de entrada.

-¿Pueden tratar de mandar un mensaje al ministerio contándoles de lo que está ocurriendo?-preguntó Hermione-. Traté de mandar una lechuza, pero Hedwig no estaba en la habitación.

Sin más palabras los chicos salieron de la Sala Común de Gryffindor, con los gritos de la Señora gorda a sus espaldas, diciéndoles que se mantuvieran lejos del Gran Salón y entraran a refugiarse tras ella, que no era momento de heroísmos sino de mantenerse vivos. Los chicos sólo corrieron escaleras abajo, plenamente conscientes de a lo que se estaban enfrentando.

No fue hasta que llegaron al primer piso que se detuvieron a tomar un descanso y recobrar el aire. Harry se encontraba, por su parte, más adolorido que nunca. Parecía que el salir a correr justo después de una transformación no era muy buena idea y su cuerpo no paraba de quejarse; sus huesos dolían y sus músculos quemaban como si estuvieran prendidos en fuego.

-Está bien, nos vemos aquí en quince minutos-dijo Hermione-. El camino hacia la torre de Ravenclaw es largo y no podemos perder tiempo en descansar-agregó, tomando la mano de Ginny y corriendo hacia la torre. Dean no muy lejos de ellas, cuidándoles las espaldas.

-Deberíamos seguir su ejemplo-dijo Ron, parándose derecho y ofreciéndole una mano a Harry, quien se había dejado caer en el piso a descansar- Hufflepuff está cerca de la cocina, ¿no?-preguntó retóricamente.

-Vamos, Weasley, te apuesto que llego antes que tú-se burló Seamus, tratando de mantener los espíritus arriba, al menos durante unos minutos.

-Ni en tus sueños-respondió el pelirrojo, corriendo antes que el irlandés pudiera reaccionar. Una vez se dio cuenta corrió tras el chico sin siquiera despedirse de Harry y Draco.

-¿Te encuentras bien, Potter?-preguntó el rubio, mirando con preocupación cómo el moreno se masajeaba los muslos.

-Sí, no te preocupes. No hay mucho tiempo que perder, y realmente espero que podamos convencer a alguien en Slytherin de ayudarnos y no de atacarnos al entrar-dijo éste, con una sonrisa.
-No sé qué tanta suerte tendremos, pero no puedo si no esperar lo mismo-dijo Draco, muy serio, mientras le señalaba a Harry que siguieran corriendo. El chico no lo dudó un segundo y siguió el ejemplo.

-Me alegra mucho que hayas decidido ayudar, Malfoy-dijo Harry después de unos minutos de correr por los pasillos de las mazmorras-. Por un minuto no creí que lo fueses a hacer, me alegra que hayas tomado esa decisión.

-Bueno, Harry-dijo Draco, sonrojándose-. Supongo que estabas en lo correcto. Tengo que tomar un lado en este asunto, y la verdad es que ya no me puedo imaginar lo que sería ser tu enemigo nuevamente.

Harry soltó una carcajada que inundó el pasillo, y los oídos de Draco.

-Me alegro, Draco, pues no creo que yo pueda volver a ser tu enemigo tampoco-dijo, mientras se las arreglaba para que sus dedos se entrelazaran, en un gesto que tanto reconfortaba al rubio, como le daba esperanzas de que saldrían con vida de este problema al que se enfrentaban tan pronto.




Lo primero que hizo, al despertar de su inconsciencia, fue llevarse una mano a su adolorida cabeza. Miró a su alrededor y, no con demasiada sorpresa, descubrió que no sabía dónde se encontraba. No reconocía el lugar, aunque el ambiente frío y lúgubre le recordaba las mazmorras del colegio, por lo que asumió que estaba en alguna especie de subterráneo o calabozo. Sin duda los mortífagos habían aprendido que no era buena idea encerrarlo en una casucha y que necesitarían más que un par de sogas para retenerlo.

A su lado alguien se movió ligeramente. Se giró, con algo de miedo, preguntándose con qué se iba a encontrar, para que sus ojos se clavaran en otro par de ojos que le miraban fijamente. Ojos negros como la noche, que no parecían para nada contentos.

-Al fin despiertas-dijo la grave voz de Snape.

-¿Dónde estamos?-preguntó, tratando de no poner atención a la molestia que emanaba del tono en que el profesor de pociones había pronunciado esa frase.

-En algún tipo de mazmorra, encerrados por un gran número de hechizos y sin varita-dijo Snape, mirando a la puerta-. Aunque si te refieres al lugar geográfico, me temo que en el estruendoso viaje, desde que nos dejaron inconscientes hasta que nos encerraron aquí, no pude poner la suficiente atención como para fijarme. Para la próxima ocasión trataré de estar un poco más despierto-añadió con una mueca de desprecio, mientras se ponía de pie y acercaba su cabeza a la ranura por la que entraba una pálida luz verde.

-No hay necesidad de ser sarcástico, Severus-respondió Remus, mientras sentía que alguien se acercaba lentamente. Los pasos eran lentos y seguros, no los pasos apurados y preocupados de alguien que fuera a ir en su rescate.

-Tengo la impresión de que estamos en el castillo del Señor Oscuro-dijo Snape, presionando el puente de sus nariz con su índice y pulgar-. Reconocería esas antorchas verdes en cualquier lado.

La luz que entraba por la puerta era producto de la magia, entonces. Si Snape decía que estaban apresados por Voldemort, entonces tenía que ser así. Se había encontrado ahí hacía un tiempo, no era la primera vez que había sido atrapado por mortífagos que le habían llevado al castillo para torturarle por ser hombre lobo, pero el que Snape le acompañara en esos momentos hacía que todo fuera distinto. Esta vez no estaba preso por su enfermedad, sino que había sido atrapado por lo que representaba para el señor Oscuro: un miembro más de la Orden del Fénix.

La puerta se abrió y una tenue luz entró por su dintel, junto con un encapuchado de al menos dos metros de altura. Ante la entrada del desconocido Lupin se puso de pie, mientras Snape se acercó más a la muralla. El hombre les inspeccionó de cuerpo entero, con unos fieros ojos azules mirándoles desde detrás de una máscara de plata blanca.

-Se presentarán ante Lord Voldemort-dijo el mortífago, mientras les apuntaba con su varita-, y se comportarán bien. Nada de insolencias, nada de reclamos y nada de valentía estúpida. ¡Crucio! ¡Crucio!

Tanto Lupin como Snape cayeron al suelo, gritando por el dolor que les producía el maleficio. Para Severus, que ya estaba más o menos acostumbrado a esto, pareció que el hechizo fuese tal y como la primera vez. Nada podía hacer que te acostumbraras a un Cruciatus, ni siquiera años de recibirlo semanalmente. Aunque estaba seguro que en unos pocos años más, si seguía así, sus nervios estarían tan fritos como los Longbottom. Para Lupin, que si bien lo había recibido en varias ocasiones antes, el dolor fue comparable con la pero de sus transformaciones. El sufrimiento era desgarrante y lo único que podía pensar era en que la muerte sería una gran salida a todo ese ataque a sus cuerpos.

“Por favor, que alguien nos ayude”. Era lo único que podía pensar. De alguna forma rogaba en su mente, que alguien pudiera responder a ese pequeño ruego. Su cuerpo se movía y convulsionaba, sus uñas rasgaban su piel como una manera de enfrentar los mil cuchillos que se metían en su piel con cada segundo que pasaba. Dejó escapar un aullido, sin dejar de pedir ayuda en su mente. Aullar no era algo que normalmente hiciera mientras se encontraba como humano, pero se encontraba muy cercano a la luna llena y el lobo aún se encontraba presente en él. El dolor sólo había servido para llevarlo un poco más cerca de la superficie. Aulló nuevamente y apoyó sus manos en el suelo húmedo de la mazmorra que era su cárcel y dejó que el dolor pasara rápidamente por su cuerpo. Si no sacaba más que dolor al combatir el hechizo, entonces no lo combatiría.





-¿Escuchaste eso?-preguntó Harry de pronto, deteniendo su marcha. Draco se volvió para verle con preocupación, no había sonido que cruzara el castillo más que sus pasos al chocar con las piedras.

-No escuché nada, ¿qué era?-preguntó el rubio, su varita lista para cualquier ataque.

-Un aullido. Estoy seguro que era Remus, pedía por ayuda-dijo Harry, mientras afirmaba su cabeza.

-¿Quizás se encuentra en las cercanías?-dijo Draco. El moreno sacó el mapa de entre su túnica y lo consultó rápidamente.

-Remus no parece estar en el castillo-respondió Harry, extrañado-. Tampoco puedo ver a Snape.

-Espero que estén bien-dijo Draco, sorprendiéndole al instarle a caminar nuevamente-. Debemos llegar a la Sala Común. Sólo nos quedan 5 minutos.

-Está bien, vamos-dijo Harry-. Nos preocuparemos de Remus luego.

Corrieron nuevamente por los pasillos, pasando por el corredor donde estaba el Salón de Pociones, donde todo esto había empezado. Draco no pudo evitar pensar que quizás se iban a encontrar con una Sala Común vacía, pero necesitaba creer que no iba a ser así y que iba a poder encontrar a alguien dispuesto a pelear. Quizás uno de aquellos neutrales se atreviera a dar el paso necesario, aunque no se sentía quién para culparlos si es que querían mantener su estatus quo. Sabía perfectamente que si no fuera por Harry, él jamás hubiera dado ese paso.

-Indivisa Manent-dijo Draco cuando se encontraron con la muralla que los separaba de su casa. Harry se encontraba tras de sí, apoyado contra el muro, con una mano afirmando su frente. Ambos entraron cuando el agujero hacia la Sala Común apareció frente a ellos.

Los alumnos de Slytherin se encontraban asombrados, por decir lo menos. Era obvio que ya se habían dado cuenta de la desaparición de los primeros años, si es que las varitas apuntando a sus rostros y las lágrimas de unos cuantos en la parte trasera de la sala servían de señal.

-¿Qué quieres aquí, Potter?-preguntó Pansy Parkinson, quien tenía a su lado un Blaise Zabini que parecía enfurecido.

-Los primeros años de todo el colegio fueron raptados por mortífagos-dijo Draco en su lugar, atrayendo las miradas hacia él-. Tanto ellos como los profesores están encerrados e incapacitados en el Gran Salón.

-Pretendemos pelear-dijo Harry, cuando las exclamaciones de angustia y temor terminaron de pasar por entre los estudiantes. Notó que un par de ellos parecía no ver el problema en el asunto, pero evitó hacer comentario sobre eso. Necesitaban alumnos que quisieran pelear y una trifulca con los hijos de mortífagos no sería una buena manera de convencerlos-. Hemos enviado mensajeros a todas las casas. Si hay alguno de ustedes dispuesto a pelear junto con nosotros, junto con el resto del colegio, por lo que es nuestro, por Hogwarts, sería bueno que nos acompañara. Tendremos más fuerza en los números. Necesitamos rescatar a los profesores y que con su ayuda logremos ahuyentar a los mortífagos del colegio. Este es nuestro castillo, y está en nuestras manos defenderlos.

-¿Y qué se supone que ganemos nosotros, Potter?-preguntó Zabini, quien parecía estar considerando la idea-. Los mortífagos por lo general dejan a los Slytherin en paz y es muy poco probable que realmente le hagan daño a algún alumno de nuestra casa.

-Piénsalo, Blaise-dijo Draco de pronto-. Siempre ha sido un punto doloroso para Slytherin el que nunca nos hemos sentido parte de esta escuela, no realmente. Siempre hemos sido mirados en menos y discriminados por las creencias de algunos, aún cuando estas no sean compartidas por la mayoría-mientras decía esto se cruzaba de brazos y permitía que sus compañeros le vieran por lo que había sido por mucho tiempo, el líder de un grupo de alumnos desdichados-. Este es el momento, Slytherins, de cambiar esa imagen que tienen de nosotros. Es el momento de tomar un lugar en esta guerra y de hacerles entender que las serpientes no son unos seguidores ciegos, si no que pueden pensar por sí mismos.

-Es verdad-dijo una chica que Harry reconoció brevemente como Daphne-. Además, si lo piensan bien, al menos 5 de los chicos que fueron raptados son mestizos y 3 son nacidos de muggles. No creo que los mortífagos lo tomen muy bien.

-Si ya fueron capaces de matar a Tracey, no creo que se detengan ante otros Slytherins-dijo Nott, con un resoplido. Sus ojos aún se encontraban rojos de tanto llorar, pero parecía haber cambiado completamente sus visiones políticas en lo que iba del día.

-Bueno, los que estén dispuestos a luchar, acompáñennos. Debemos juntarnos con los de otras casas en el corredor que da al Gran Salón en cinco minutos-dijo Harry, pasando por el agujero hacia el pasillo de frente a la Sala Común. Draco le siguió y juntos esperaron hasta que los estudiantes hubiesen salido. Sorprendentemente un buen número se reunió frente a ellos. Entre sus filas se encontraba al menos la mitad del séptimo año y tres cuartos de los chicos de sexto y quinto. Sin esperar más empezaron a correr en dirección a la entrada del colegio.
Draco no lo podía creer. Habían encontrado ayuda entre sus compañeros, habían logrado que gente que jamás hubiera peleado por otros se sumara a la causa. ¡Merlín, el sólo hecho que Nott estuviera dispuesto a acompañarles era suficiente cambio como para que se maravillara! No podía más que sonreír a Harry, complacido por el resultado de su viaje.

Fue entonces cuando notó que el chico se encontraba nuevamente apoyado contra una muralla, respirando con dificultad. Se detuvo a ayudarle, aún cuando sus compañeros se habían ya perdido de vista en dirección al Gran Salón.





Severus Snape y Remus Lupin fueron llevados ante Lord Voldemort. Tal y como muchos otros antes que ellos, cayeron de rodillas ante él, aunque las circunstancias que marcaban su presencia allí eran muy diferentes. Ambos sabían perfectamente que no había manera de que pudieran salir vivos.

Lupin miró sorprendido al hombre que tenía frente a él. No había visto al Señor Oscuro en años, desde que se había presentado sorpresivamente en un ataque mortífago en Gales, hacía años. El hombre parecía haber cambiado mucho en los dos o tres años en los que Lupin no hubiese querido volver a verle de ser posible. De partida ahora tenía pelo y una nariz decente.

-Miren a quién tenemos aquí-dijo Voldemort, con una risa maquiavélica y una sonrisa en su semblante-. Si no es el hombre lobo y el traidor.

Tanto Severus como Lupin escucharon esas palabras con miedo. Hasta donde el profesor de Pociones sabía Voldemort no tenía cómo sospechar de su conexión con Albus, pero ahora parecía que había pruebas de lo contrario y realmente no quería imaginar qué es lo que iba a ser de él.

-Todos sabemos qué hace el licántropo aquí, por lo que no hay necesidad de hablar, pero tú, Severus…-empezó Voldemort, levantándose de su trono y caminando hasta donde el hombre se encontraba. Levantó el rostro de su súbdito con una mano y se acercó a él, estando sus frentes a sólo unos centímetros, le dijo:- Jamás pensé que tú me ibas a traicionar, Severus. Pero imagina mi sorpresa cuando me trajeron a los mensajeros que Dumbledore había mandado para llamar a los aurors y llegan con el lobo y contigo. No tienes idea de lo decepcionado que estoy, me niego a creer que seas uno de los peones de Dumbledore.

-¡Nunca, mi Señor!-dijo Severus, mirándole a los ojos de forma implorante-. Siempre le seré fiel.

-Eso es lo que me gustaría creer, Severus-dijo Voldemort, soltándole-. Así que te daré una única oportunidad para demostrarme tu lealtad-luego, mirando hacia una de las puertas cerradas del Salón, resguardada por dos mortífagos, dijo: Tráiganla.

La mujer que entró con los mortífagos no era muy distinta a las otras que Severus había visto entrar por aquella puerta, aquella por la que él había entrado sólo momentos antes. La puerta de las mazmorras. Era una prisionera, tal como había sido él. Tenía la túnica desgarrada, sucia de sangre y barro, zonas moradas alrededor de brazos y piernas, mordidas de hombres lujuriosos y marcas de violación y tortura. Como todas las otras mujeres que había visto entrar por aquella puerta.

Todas estaban allí por la misma razón, aunque algunas pagaban más que otras por sus pecados. Desafiar al señor Oscuro de una u otra forma significaba un gran sufrimiento si es que eras tomado prisionero, pero las mujeres por lo general sufrían más mientras más atractivas al ojo de los mortífagos resultaban.

Lo que diferenciaba a esa mujer de otras era que la chica, que era arrastrada por esos dos babosos, era alguien a quien Severus conocía tan bien como si se tratara de una hija, tan bien como a la ahijada que era, tan bien como podía conocer a la hermana de Draco. Una mujer de veinticinco años, cabello rubio blanquecino que caía desgreñado por sus hombros hasta su cintura. Tenía una mirada fija e insolente, unos ojos negros como los propios. Llevaba una sonrisa orgullosa plasmada en sus labios, a pesar de lo quebrado de su cuerpo. Aún cuando no parecía poderse mantener en pie por sí misma y era obvio que si los mortífagos la soltaban iba a caer al piso, Severus era capaz de ver que su cuerpo era el de toda una Malfoy, cuerpo alto y fino, cintura estrecha, piernas delgada, brazos fuertes y cadera ancha. Era obvio que los hombres del castillo habían tomado todo esto como una invitación para ser más sádicos que nunca.

-Sí, Severus, es ella. Sylphid Malfoy en persona, seguro la recuerdas, ¿no? La hija descarriada de Lucius Malfoy. Su padre nos llevó amablemente hacia ella hace unos días y me he tomado la disposición de atenderla como consideré necesario-dijo el hombre, poniendo una mano en su barbilla mientras miraba cómo los mortífagos la tiraban en el piso, frente al trono-. En vista de las faltas que ha cometido contra mí, y contra su familia, he decidido que el único castigo que puede llegar a tener es la muerte. Viendo que ya ha sido torturada lo suficiente, te daré el honor de ser tú quien imparta este juicio. Tú deberás matar a la única hija mujer de Lucius Malfoy, traidora a nuestra estirpe, o sufrirás de su mismo castigo a nuestras manos. Es tú decisión, debes mostrarme dónde reposa realmente tu lealtad.

Voldemort le miraba fijamente, y le pasó la varita de uno de los mortífagos con descuido. El señor Oscuro no era estúpido, jamás le daría a un prisionero su propia varita. Sería como ofrecerle el poder para atacarle a gusto, en cambio al pasarle una varita ajena tendría siempre la ventaja de que esta no funcionaría tan bien como una elegida.

Severus tomó la varita entre sus dedos. Por lo que podía ver había sólo dos opciones para él. Por un lado podía matar a Sylphid y salir del lugar como otro de los traidores redimidos, pero aún trabajando para Dumbledore. O podía negarse a matar a la chica y tratar de salir del lugar, muerto después de largas torturas y sufrimientos, dejando a la Orden del Fénix sin un espía entre las filas de Voldemort.

No había otra opción.

Miró a la chica frente a él, preguntándose qué era lo que pasaba por su mente en esos minutos, pero la chica no le quería mirar a los ojos. Su postura denotaba que estaba dispuesta a lo que fuese a pasarle. No tenía ya más esperanzas de vida, ni parecía realmente querer seguir viviendo una vida en que lo único que podía ver en el futuro era tortura.

Alzó la varita y, con cuidado de mostrar una crueldad mayor a la que realmente sentía, pronunció las fatídicas palabras que le cargarían en la conciencia por el resto de sus días:

-Avada Kedavra.

El lugar entero se iluminó con el verde del hechizo. Segundos después la chica cayó totalmente al piso, el sonido de su cuerpo al chocar contra la piedra quedó grabando en la mente de Severus.

Voldemort de pronto rompió el silencio con un aplauso.

Severus, consciente de que todos los ojos se encontraban fijos en él, se giró para mirar al señor Oscuro. Éste miraba satisfecho el cuerpo de la única mujer que los Malfoy habían podido procrear en siglos, y la única persona que quizás podría haber arruinado su ascenso al poder. El mortífago a sus pies había mostrado su lealtad, asesinando a su propia ahijada, y aunque alguna vez había dudado de él ahora no podía decir lo mismo. La forma en que no había vacilado un segundo en obedecer sus órdenes de asesinar a un ser querido era la única prueba de fidelidad que Voldemort realmente requería.




-¡Harry! ¿Qué te pasa?-preguntó Draco, arrodillándose a su lado y secándole el sudor de la frente con la manga de su túnica.

-Todo… da… vueltas…-dijo Harry, entre cada respiración que daba. Su voz parecía quebrada y su garganta se encontraba seca y apretada-. No… me siento bien… ¡Cuidado!

Pero fue demasiado tarde para advertencias. En el momento en que Draco se giró para ver de qué hablaba el moreno, vio como un rayo de luz blanca se dirigía hacia él, golpeándole de lleno en el pecho. Cayó al suelo inconsciente a los pies de Harry.

El dueño de la varita miró a Harry fijamente, alzando su varita hacia él. Harry trató de levantar la propia, pero su cuerpo se negaba a responderle. El sólo hecho de levantarse para estar al mismo nivel le había dejado sin aliento.

-Quiero que veas lo que va a pasar, Potter, por lo que no te dejaré inconsciente. Quiero que veas y que escuches lo que tengo que decirte, pequeño licántropo-dijo el mortífago, sonriendo de forma extraña-. ¡Incarcerus!

Gruesas cuerdas ataron el cuerpo de Harry, quien ni siquiera pudo defenderse, de los pies al cuello. Un hechizo hizo que su cuerpo y el de Draco levitaran frente al mortífago. Éste se puso a caminar, cuidando que Harry se encontrara al mismo nivel ocular que él.

-¿Qué te parece, Potter, si te cuento una historia? Una historia de cómo fue que te transformaron en un hombre lobo-añadió el hombre con una sonrisa maléfica, que si bien Harry no podía ver, podía sentir en el aire-. He estado observando lo que pasa en este castillo, Potter, y creo que sé mucho más que tú al respecto.



*Indivisa Manent = Unidos permanecen

No hay comentarios: